Folk Tale

El pobre mozo molinero y la gatita

Translated From

Der arme Müllerbursch und das Kätzchen

AuthorJacob & Wilhelm Grimm
Book TitleKinder- und Hausmärchen
Publication Date1812
LanguageGerman

Other Translations / Adaptations

Text titleLanguageAuthorPublication Date
De arme molenaarsknecht en het katjeDutchM.M. de Vries-Vogel1940
Il povero garzone e la gattinaItalian__
Gã xay bột nghèo khó và chú mèo đốmVietnamese__
Den fattige møllerdreng og kattenDanish__
A molnárinas és a macskaHungarianBenedek Elek_
ATU402
LanguageSpanish
OriginGermany

El pobre mozo molinero y la gatita

Vivía en un molino un viejo molinero que no tenía mujer ni hijos, sino sólo tres mozos a su servicio.Cuando ya llevaban muchos años trabajando con él, un día les dijo:

- Soy viejo y quiero retirarme a descansar.Salid a recorrer el mundo, y a aquel de vosotros que me traiga el mejor caballo, le cederé el molino;pero con la condición de que me cuide hasta mi muerte.

El más joven de los mozos, que era el aprendiz, se llamaba Juan, y los otros lo tenían por necio y no querían que llegase a ser dueño del molino.Marcháronse los tres juntos y, al llegar a las afueras del pueblo, dijeron los dos a Juan el tonto:

- Mejor será que te quedes aquí;en toda tu vida no podrás procurarte un jamelgo.

Sin embargo, Juan insistió en ir con ellos, y al anochecer llegaron a una cueva en la que se refugiaron para dormir.Los dos mayores, que se creían muy listos, aguardaron a que Juan estuviese dormido, y luego se marcharon, abandonando a su compañero.

¡Ya veréis cómo saldrá la criada respondona!

Cuando, al salir el sol, se despertó Juan, encontróse en una profunda caverna y, mirando en torno suyo, exclamó:

- ¡Dios mío!, ¿dónde estoy?

Subió al borde de la cueva y salió al bosque, pensando:"Solo y abandonado, ¿cómo me procuraré el caballo?."Mientras andaba sumido en sus pensamientos, salióle al encuentro una gatita, de piel abigarrada, que le dijo en tono amistoso:

- ¿Adónde vas, Juan?

- ¡Bah!¿Qué puedes hacer tú por mí?

- Sé muy bien qué es lo que buscas - respondióle la gata -:un buen caballo.Vente conmigo;si me sirves durante siete años, te daré uno tan hermoso como jamás lo viste en tu vida.

"¡Vaya una gata maravillosa!- pensó Juan -;voy a probar si es cierto lo que me dice."Condújolo la gata a un pequeño palacio encantado en el que todos los servidores eran gatitos;saltaban con gran agilidad por las escaleras, arriba y abajo, y parecían de muy buen humor.Al anochecer, cuando se sentaron a la mesa, tres de ellos se encargaron de amenizar la comida con música:tocaba uno el contrabajo;otro, el violín, y el tercero, la trompeta, soplando con toda la fuerza de sus pulmones.Después de cenar, y levantados los manteles, dijo la gatita:

- ¡Anda, Juan, vamos a bailar!

- No - respondió él -, yo no sé bailar con una gata;jamás lo hice.

- Entonces, llevadlo a la cama - mandó la gata a los gatitos.Acompañáronlo con una vela a su dormitorio;uno le quitó los zapatos;otro, las medias y, finalmente, apagaron la luz.Por la mañana se presentaron de nuevo y le ayudaron a vestirse.Púsole uno las medias;otro le ató las ligas;un tercero le trajo los zapatos;el cuarto le lavó la cara, y, finalmente, otro se la secó con el rabo.

- ¡Qué suavidad!- dijo Juan.Pero él tenía que servir a la gata y ocuparse en partir leña todos los días, para lo cual le habían dado un hacha de plata, cuñas y sierras de plata también, y el tajo, que era de cobre.Y he aquí que, por cortar la leña, estaba en aquella casa donde no le faltaba buena comida ni bebida y no veía a nadie, aparte la gata y su servidumbre.Un día le dijo la dueña:

- Ve a segar el prado y haz secar la hierba - y le dio una guadaña de plata y un mollejón de oro, recomendándole que lo devolviese todo en buen estado.Salió Juan a cumplir lo mandado, y, una vez listo el trabajo, volvió a casa con la guadaña, la piedra afiladora y el heno, y preguntó al ama si quería darle ya su prometida recompensa.

- No - respondióle la gata -;antes has de hacerme otra cosa.Ahí tienes tablas de plata, un hacha, una escuadra y demás instrumentos necesarios, todos de plata;con ello vas a construirme una casita.

Juan levantó una casita y luego le recordó que seguía aún sin el caballo, a pesar de haber cumplido cuanto le ordenara;pues, sin darse cuenta apenas, habían transcurrido ya los siete años.

Preguntóle entonces la gata si quería ver los caballos que tenía a lo que Juan respondió afirmativamente.Abrió ella la puerta de la casita, y lo primero que se ofreció a su vista fueron doce caballos soberbios, pulidos y relucientes, que le hicieron saltar el corazón de gozo.Dioles la gata de comer y de beber, y luego dijo a Juan:

- Vuélvete a tu casa, ahora no te daré el caballo.Pero dentro de tres días iré yo a llevártelo -.Y le indicó el camino del molino.

Durante todo aquel tiempo no le había dado ningún traje nuevo;seguía llevando su vieja blusa andrajosa que, en el curso de los siete años, se le había quedado pequeña por todas partes.Al llegar a casa encontró que los otros dos mozos estaban ya en ella, y cada uno había traído un caballo, aunque el uno era ciego, y el otro, cojo.

- ¿Dónde está tu caballo, Juan?- le preguntaron.

- Llegará dentro de tres días.

Echáronse los otros a reír, diciendo:

- ¡Mira el bobo!¡De dónde vas a sacar tú un caballo que no sea un saldo!

Al entrar Juan en la sala, el molinero no lo dejó sentarse a la mesa, porque iba demasiado roto y harapiento.¡Sería una vergüenza que alguien lo viese!

Sacáronle a la era una pizca de comida, y cuando fue la hora de acostarse, los otros se negaron a darle una cama, por lo que tuvo que acomodarse en el corral, sobre un lecho de dura paja.

A la mañana siguiente habían transcurrido ya los tres días, y he aquí que se presentó una carroza, tirada por seis caballos relucientes que daba gloria verlos;venía, además, otro que un criado llevaba de la brida, destinado al pobre mozo molinero.Del coche se apeó una bellísima princesa, que entró en el molino;no era otra sino la gatita, a la que el pobre Juan sirviera durante siete años.Preguntó al molinero por el más pequeño de los mozos, y el hombre respondió:

- No lo queremos en el molino, porque va demasiado roto;está en el corral de los gansos.

Dijo entonces la princesa que fuesen a buscarlo.El muchacho se presentó sujetándose la blusa, que a duras penas alcanzaba a cubrirle el cuerpo.El criado sacó magníficos vestidos y, después que lo hubo lavado y vestido, quedó tan bello y elegante que ni un rey podía comparársele.Quiso la princesa ver los caballos que habían traído los otros dos, y resultó que, como ya hemos dicho, eran uno ciego y el otro cojo.Mandó entonces al criado que trajese el séptimo, que no venía enganchado a la carroza, y, al verlo, el molinero hubo de confesar que jamás había entrado en el molino un animal como aquél.

- Éste es el caballo de Juan - dijo la princesa.

- Suyo será, pues, el molino - contestó el molinero.

Pero la princesa le dijo que podía quedarse con el caballo y el molino, y, llevándose a su fiel Juan, lo hizo subir al coche y se marchó con él.Fueron primero a la casita que él había construido con las herramientas de plata y que, a la sazón, se había transformado en un gran palacio, todo de plata y oro.Allí se casó con él, y Juan fue rico, tan rico, que ya no le faltó nada en toda su vida.Nadie diga, pues, que un tonto no puede hacer nada a derechas.


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