Folk Tale

La Zarevna Rana

Translated From

Царевна-лягушка

AuthorАлександр Афанасьев
Book TitleНародные Русские Сказки
Publication Date1855
LanguageRussian

Other Translations / Adaptations

Text titleLanguageAuthorPublication Date
The Princess FrogEnglish__
ATU402
LanguageSpanish
OriginRussia

Allá en tiempos muy remotos había un zar que tenía tres hijos, los tres mozos. Un día les dijo: -Hijos míos: haced un arco cada uno y disparad una flecha. La mujer que traiga cada flecha será la esposa del que la disparó: Si alguna no la trae nadie, ése no se casará. El hijo mayor disparó su flecha, y la trajo la hija de un noble. Disparó el mediano, y trajo su flecha la hija de un general. En cuanto a la flecha del zarévich Iván, el menor, la trajo entre los dientes una rana del pantano. Los hermanos mayores estaban encantados; pero el zarévich Iván se echó a llorar pensando: -¿Cómo voy a vivir yo con una rana? Y que es para toda la vida... Pero por mucho que caviló no tuvo más remedio que tomarla por esposa. Los casaron a todos según el rito de aquellos lugares. Durante la ceremonia, a la rana la sostuvieron en una bandeja. Así fueron viviendo. El zar quiso un día que las nueras le regalaran alguna prenda para ver cuál era la más habilidosa. Al oír su deseo, el zarévich Iván se echó a llorar otra vez pensando: «¿Qué puede hacer mi rana? Voy a ser la risión de todos.» La rana, entre tanto, saltaba por el suelo croando. Pero, cuando el zarévich Iván se quedó dormido, salió de casa, se despojó de la piel de rana convirtiéndose en una hermosa doncella y gritó: -¡Que vengan mis ayas y mis criadas! En cuanto aparecieron les explicó lo que deseaba, y las ayas y las criadas le trajeron al instante una camisa que era un primor. Ella la cogió, la dobló y la dejó al lado del zarévich Iván, convirtiéndose de nuevo en rana como si tal cosa. El zarévich se llevó una gran alegría al despertarse. Tomó la camisa y se la llevó al zar, que exclamó después de contemplarla: -¡Magnífica camisa! Es digna de llevarla en el día del Señor. El hermano mediano trajo otra camisa. -Esta podría servir, si acaso, para llegarse hasta el baño. Y de la camisa que le presentó el mayor, dijo el zar: -Esta sólo podría usarse en una mísera isba. Los hijos del zar volvieron a sus casas. Los dos mayores iban diciendo: -No debíamos habernos reído de la esposa de Iván. Seguro que no es una rana, sino alguna maga. El zar quiso luego que sus nueras cocieran unos panes y se los presen-taran para ver cuál de ellas cocinaba mejor. Las nueras mayores se habían reído de la rana al principio, pero ahora estaban escarmentadas: mandaron a una sirvienta a espiar lo que hacía. La rana, que se lo imaginó, preparó la masa, la extendió con el rodillo y la arrojó a la estufa por un agujero que abrió arriba. Después de observarlo todo, la servidora corrió a contárselo a sus señoras, las nueras del zar, y ellas hicieron lo mismo. Pero, tras engañarlas con esa treta, la rana sacó la masa de la estufa, lo limpió todo muy bien, revocó el agujero, lo dejó impecable... Saltó entonces al porche, se despojó de su piel de rana y gritó: -¡Que vengan mis ayas y mis criadas! En cuanto aparecieron ordenó: -Quiero un pan como los que mi padre comía sólo los domingos y los días de fiesta. Las ayas y las criadas se lo presentaron al instante y ella lo dejó al lado del zarévich Iván, convirtiéndose de nuevo en rana. El zarévich Iván se despertó y llevó el pan a su padre. Precisamente estaba recibiendo los que le presentaban sus hijos mayores: unos panes horribles, todo requemados, porque sus esposas habían hecho lo que les contó la sirvienta. El zar tomó primero el pan que traía el hijo mayor, lo miró y lo mandó a la cocina. Tomó el del hijo segundo y lo mismo hizo con él. Le llegó el turno al zarévich Iván. Su padre tomó el pan que traía, lo miró y dijo: -¡Este sí es un pan digno de comerse en el día del Señor! No se parece a esos carbones que han mandado mis otras nueras... Más adelante se le ocurrió al zar la idea de dar un baile para ver cuál de sus nueras bailaba mejor. Acudieron todos los invitados, y también los hijos con sus esposas, menos el zarévich Iván. «¿Dónde voy yo con una rana?», se preguntó, y estalló en sollozos. Pero la rana le dijo: -¡No llores, zarévich Iván! Tú ve al baile, que dentro de una hora estaré yo allí. El zarévich Iván, algo más tranquilo al oír lo que decía la rana, se marchó al baile. Entonces la rana se despojó de su piel y se atavió maravillosa-mente. Cuando llegó al baile, estaba tan bella, que el zarévich Iván quedó encantado y todos los presentes aplaudieron. Se sirvió un banquete. La zarevna rana comía, pero iba guardando en una manga los huesos que le quedaban. Bebía, pero iba echando en la otra manga lo que sobraba en su copa. Las otras nueras, que la observaban, hicieron lo mismo: fueron echando los huesos roídos en una manga y los restos de bebida en la otra. Llegó la hora del baile. El zar pidió que lo abrieran las nueras mayores; pero ellas le cedieron el honor a la rana que, sin hacerse de rogar, salió al centro del salón con el zarévich Iván. Bailó con tanta gracia, tanto giró y taconeó, que todos quedaron admirados. Luego agitó el brazo derecho y surgieron bosques y arroyos; agitó el brazo izquierdo y empezaron a revolotear pajarillos... Terminó de bailar y todo desapareció. Las otras nueras salieron también a bailar y quisieron hacer lo mismo. En cuanto una agitaba el brazo derecho, los huesos que había guardado en la manga salían disparados contra la gente... En cuanto agitaba el brazo izquierdo, rociaba a la gente con el agua de la manga. Aquello no le agradó al zar, que gritó: -¡Basta, basta ya! Y las nueras volvieron a sus sitios. Terminaba el baile. El zarévich Iván se marchó por delante. Encontró la piel de rana tirada en el suelo y le prendió fuego. Cuando volvió su mujer quiso ponerse de nuevo su piel, pero había ardido. Se acostó con el zarévich y al amanecer le dijo: -Te ha faltado un poco de paciencia, zarévich Iván. Pronto habría sido tuya para siempre. Ahora, sólo Dios lo sabe... Adiós. Si quieres dar conmigo, búscame en los confines de la tierra, en el más lejano de los países -y desapareció. Pasó un año. El zarévich Iván añoraba a su esposa. Al comenzar el segundo año les pidió permiso a su padre y a su madre para ir en su busca. Caminaba ya mucho tiempo cuando se encontró con una casita colocada de cara al bosque y de espaldas a él. -Casita, casita -pronunció el zarévich-: ponte como antes, como te plantó tu madre, de espaldas al bosque y de cara a mí. La casita se dio la vuelta. El zarévich entró. -F-f-f... -dijo una vieja que había dentro-. Hasta ahora no se habían oído ni visto huesos rusos; pero hoy se meten ellos en casa. ¿Hacia dónde te diriges, zarévich Iván? -Podías ofrecerme de comer y beber, vieja, y preguntar después. La vieja le sirvió comida y bebida y le preparó luego un lecho. El zarévich Iván le dijo entonces: -Abuela: ando buscando a Elena la Hermosa. -¡Cuánto has tardado, criatura! Los primeros tiempos, pensaba mucho en ti, pero ahora no te recuerda ya. Además, hace mucho que no viene por aquí. Mira: ve a casa de mi hermana mediana, que ella está más enterada. Por la mañana se puso el zarévich Iván en camino, llegó a una casita y dijo: -Casita, casita: ponte como antes, como te plantó tu madre, de espaldas al bosque y de cara a mí. La casita se dio la vuelta. El zarévich entró. -F-f-f... -dijo una vieja que había dentro-. Hasta ahora no se habían oído ni visto huesos rusos; pero hoy se meten ellos en casa. ¿Hacia donde te diriges, zarévich Iván? -Pues... voy en busca de Elena la Hermosa. -¡Oh, cuánto has tardado, zarévich Iván! Ella empieza ya a olvidarte. Se va a casar con otro y pronto será la boda. Ahora vive en casa de mi hermana mayor. Ve allá, pero con cuidado. Cuando estés cerca advertirán tu presencia. Elena, que tendrá puesto un vestido de hilo de oro, se convertirá en huso. Mi hermana enrollará el hilo en el huso. Cuando lo haya enrollado todo y veas que guarda el huso en un cajón y lo cierra, tú busca la llave, abre el cajón y parte el huso en dos. Arroja entonces la punta hacia atrás y la parte más gruesa a tus pies. En ese momento aparecerá ella delante de ti. El zarévich Iván se puso en camino, llegó a la casa de la otra vieja y entró. La encontró hilando una hebra de oro. Cuando llenó el huso entero, lo encerró en un cajón y puso la llave sobre una repisa. El zarévich cogió la llave, abrió el cajón, sacó el huso y lo partió como le habían dicho, arrojando la punta hacia atrás y la parte más gruesa a sus pies. En el mismo momento apareció Elena la Hermosa delante de él. -¿Cómo has tardado tanto, zarévich Iván? -preguntó-. Por poco no he tomado otro marido. El nuevo pretendiente estaba a punto de llegar. Elena la Hermosa cogió una alfombra voladora de la vieja, se sentó en ella con el zarévich Iván y juntos partieron por los aires como pájaros. Al poco rato llegó el pretendiente, se enteró de que se habían marchado y, como no era lerdo, se lanzó tras ellos a toda velocidad. Le faltarían unas diez sazhenas para alcanzarlos, cuando ellos penetraron sobre la alfombra en los límites de Rus. Y como el pretendiente, por ciertas razones, no tenía entrada en Rus, se vio obligado a dar media vuelta. El zarévich Iván y Elena la Hermosa llegaron a su casa, donde fueron recibidos con gran alegría, y allí vivieron y prosperaron para bien de cuantos los rodeaban.


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