Folk Tale

Los niños de oro

Translated From

Die Goldkinder

AuthorJacob & Wilhelm Grimm
Book TitleKinder- und Hausmärchen
Publication Date1812
LanguageGerman

Other Translations / Adaptations

Text titleLanguageAuthorPublication Date
De goudkinderenDutchM.M. de Vries-Vogel1940
Ngư phủ và con cá vàngVietnamese__
GuldbørneneDanish__
Os filhos de ouroPortuguese__
The gold-childrenEnglishMargaret Hunt_
ATU555
LanguageSpanish
OriginGermany

Los niños de oro

Éranse un hombre y una mujer muy pobres;no tenían más que una pequeña choza, y sólo comían lo que el hombre pescaba el mismo día.Sucedió que el pescador, al sacar una vez la red del agua, encontró en ella un pez de oro, y mientras lo contemplaba admirado, púsose el animal a hablar, y dijo:

- Óyeme, pescador;si me devuelves al agua, convertiré tu pobre choza en un magnífico palacio.

Respondióle el pescador:

- ¿De qué me servirá un palacio, si no tengo qué comer?

Y contestó el pez:

- También remediaré esto, pues habrá en el palacio un armario que, cada vez que lo abras, aparecerá lleno de platos con los manjares más selectos y apetitosos que quedas desear.

- Si es así - respondió el hombre, - bien puedo hacerte el favor que me pides.

- Sí - dijo el pez, - pero hay una condición:No debes descubrir a nadie en el mundo, sea quien fuere, de dónde te ha venido la fortuna.Una sola palabra que digas, y todo desaparecerá.

El hombre volvió a echar al agua el pez milagroso y se fue a su casa.Pero donde antes se levantaba su choza, había ahora un gran palacio.Abriendo unos ojos como naranjas, entró y se encontró a su mujer en una espléndida sala, ataviada con hermosos vestidos.Contentísima, le preguntó:

- Marido mío, ¿cómo ha sido esto?¡La verdad es que me gusta!

- Sí - respondióle el hombre, - a mí también;pero vengo con gran apetito, dame algo de comer.

- No tengo nada - respondió ella - ni encuentro nada en la nueva casa.

- No hay que apurarse - dijo el hombre;- veo allí un gran armario:ábrelo.

Y al abrir el armario aparecieron pasteles, carne, fruta y vino, que daba gloria verlos.Exclamó entonces la mujer, no cabiendo en sí de gozo:

- Corazón, ¿qué puedes ambicionar aún?

Y se sentaron, y comieron y bebieron en buena paz y compañía.Cuando hubieron terminado, preguntó la mujer:

- Pero, marido, ¿de dónde nos viene toda esta riqueza?

- No me lo preguntes - respondió él -, no me está permitido decirlo.Si lo revelara, perderíamos toda esta fortuna.

- Como quieras - dijo la mujer.- Si es que no debo saberlo, no pensaré más en ello.

Pero su idea era muy distinta, y no dejó en paz a su marido de día ni de noche, fastidiándolo y pinchándole con tanta insistencia que, perdida ya la paciencia, el hombre acabó por revelarle que todo les venía de un prodigioso pez de oro que había pescado y vuelto a poner en libertad a cambio de aquellos favores.Apenas había terminado de hablar, desapareció el hermoso palacio con su armario, y hételos de nuevo en su mísera choza.

El hombre no tuvo más recurso que reanudar su vida de trabajo y salir a pescar;pero quiso la suerte que el mismo pez volviese a caer en sus redes.

- Óyeme - le dijo;- si otra vez me echas al agua, te devolveré el palacio con el armario lleno de guisos y asados;pero mantente firme y no descubras a nadie quién te lo ha dado, o volverás a perderlo.

- Me guardaré muy bien - respondió el pescador, soltando nuevamente al pez en el agua.

Y al llegar a su casa, la encontró otra vez en gran esplendor, y a su mujer, encantada con su suerte.Pero la curiosidad no la dejaba vivir, y a los dos días ya estaba preguntando otra vez cómo había ocurrido aquello y a qué se debía.El hombre se mantuvo firme una temporada;pero, al fin, exasperado por la importunidad de su esposa, reventó y descubrió el secreto;y, en el mismo instante desapareció el palacio, y el matrimonio se encontró en su vieja cabaña.

- Estarás satisfecha - le regañó el marido.- Otra vez nos tocará pasar hambre.

- ¡Ay!- replicó ella.- Prefiero no tener riquezas, si no puedo saber de dónde me vienen;la curiosidad no me deja vivir.

Volvió el hombre a la pesca, y, al cabo de un tiempo - el destino lo tenía dispuesto, - capturó por vez tercera al pez de oro.

- Escúchame - dijo éste, - bien veo que habré de caer siempre en tus manos.Llévame a tu casa y córtame en seis pedazos:dos, los darás a comer a tu esposa;otros dos, a tu caballo, y los dos restantes, los entierras;de todos obtendrás bendiciones.

Hizo el hombre tal como el pez le había indicado, y sucedió que de los dos pedazos que plantara en tierra brotaron dos lirios de oro;la yegua tuvo dos potrillos de oro;y la mujer dio a luz dos niños de oro también.

Crecieron los hijos, altos y hermosos, y con ellos crecieron los lirios y los caballos.Cuando ya fueron mayores, dijeron un día:

- Padre, vamos a montar los caballos de oro y a correr mundo.

Pero él les respondió, con tristeza:

- ¿Qué será de mí, si os marcháis y no tengo noticias de vosotros?

Y dijeron los niños:

- Os quedan los dos lirios de oro.Por ellos sabréis cómo nos van las cosas:Mientras se mantengan frescos y lozanos, gozaremos de buena salud;si se marchitan, es que estaremos enfermos;si mueren, es que también nosotros habremos muerto.

Pusiéronse en camino y llegaron a una hospedería llena de gente que, al ver a los dos niños de oro, empezó a reírse y burlarse de ellos.Al oír uno de los dos hermanos aquellas burlas, se avergonzó y, renunciando a irse por el mundo, regresó a la casa paterna, mientras el otro seguía adelante y llegaba a un gran bosque.Al disponerse a entrar en él, le dijo la gente del lugar:

- No te aventures a atravesarlo, pues está lleno de bandidos y lo pasarás mal;y si ven que eres de oro y tu caballo también, te quitarán la vida.

Pero el mozo, sin arredrarse, exclamó:

- ¡Pues pasaré!

Procuróse pieles de oso, con las cuales se cubrió a sí mismo y al caballo, de modo que no se viese nada del oro, y entró en el bosque, muy confiado.Al poco tiempo oyó un rumor entre las matas, y unas voces de hombres que hablaban entre sí.Dijo una:

- ¡Ahí viene un hombre!

Y respondía otra:

- Déjalo pasar, es un cazador de osos, más pobre y pelado que una rata de sacristía.¡Qué podríamos sacar de él!

Y de este modo el niño de oro atravesó el bosque sin sufrir ningún daño.

Al llegar un día a un, pueblo, vio a una muchacha tan hermosa, que pensó que no podía haber otra igual.Prendado de ella, fue a su encuentro y le dijo:

- Te amo con todo mi corazón, ¿quieres ser mi esposa?

A la muchacha le gustó también tanto el mozo que, aceptando su ofrecimiento, le respondió:

- Sí, quiero ser tu esposa, y te guardaré fidelidad toda la vida.

Casáronse y estando en plena alegría y regocijo, llegó a casa el padre de la novia, y al ver aquella boda, admirado, preguntó:

- ¿Dónde está el novio?

Le enseñaron el niño de oro, que seguía cubierto con las pieles de oso;el hombre se enfadó mucho:

- ¡Jamás un cazador de osos se casará con mi hija!- exclamó, tratando de matarlo.Su hija se deshizo en súplicas y le dijo:

- Es mi marido y lo quiero de corazón - y, al fin, logró apaciguarlo.Sin embargo, el hombre no lograba quitarse aquella preocupación de la cabeza, y a la mañana siguiente se levantó de madrugada dispuesto a saber si su yerno era un mendigo andrajoso y vulgar.Al entrar en el dormitorio vio en la cama a un apuesto joven, todo él de oro, las pieles de oso esparcidas por el suelo.Retirándose pensó:"¡Qué suerte tuve al reprimir mi cólera;habría cometido un gran disparate!."

Mientras tanto el muchacho soñaba que estaba de cacería, persiguiendo un hermoso ciervo, y al despertarse dijo a su esposa:

- Me voy de caza.

Sintió ella angustia, y le rogó que se quedase a su lado:- Puede ocurrirse una desgracia - le dijo.

Pero él insistió:

- Debo ir, e iré.

Se fue, pues, al bosque, y al poco rato descubrió a cierta distancia un altivo ciervo, igual al que viera en sueños.Apuntóle para disparar, pero el animal pegó un brinco y escapó.El mozo se lanzó en su persecución, saltando fosos y atravesando matorrales, sin detenerse en toda la jornada;pero, al anochecer, el ciervo desapareció.Al mirar el joven a su alrededor, vio que se hallaba frente a una casita, en la que vivía una bruja.La vieja salió a abrir al llamar él a la puerta, y le preguntó:

- ¿Qué buscas tan tarde, en medio de este inmenso bosque?

Dijo él:

- ¿Habéis visto un ciervo?

- Sí - respondió la mujer, - bien conozco al ciervo - y mientras ella hablaba, un perrillo, que había salido también de la casa, ladraba furiosamente al forastero.

- ¡Vas a callarte, maldito perro!- gritó el cazador.- ¡Si no te callas, te pego un tiro!

A lo cual replicó la vieja, colérica:

- ¡Cómo!, ¿a mi perrito te atreverías a matar?- y, en el acto, lo dejó transformado en una piedra.Su esposa estuvo aguardándolo inútilmente, y pensando:"De seguro le ha sucedido lo que me temía;¡me lo daba el corazón!."

En la casa paterna, el otro hermano no perdía de vista los lirios de oro, y se dio cuenta de que uno se marchitaba bruscamente."¡Dios mío!- pensó, - a mi hermano le debe haber ocurrido alguna gran desgracia.Tengo que ir en su busca, quizá llegue a tiempo de salvarlo."Su padre le dijo:

- Quédate aquí, pues si también a ti te pierdo, ¿qué podré hacer ya?

Pero el muchacho respondió:

- Es preciso que me marche, es mi deber.

Y, montando en su caballo de oro, púsose en camino y llegó al gran bosque donde su hermano estaba transformado en piedra.La bruja salió de su casa y lo llamó, con intención de encantarlo también a él.Pero el mozo le gritó desde lejos:

- ¡Si no devuelves la vida a mi hermano, te mato de un tiro!

La vieja, a regañadientes, tocó la piedra con el dedo e inmediatamente el hermano recobró su ser natural.Los dos muchachos sintieron una gran alegría al verse y, después de besarse y abrazarse, se alejaron juntos del bosque, dirigiéndose uno a casa de su esposa y el otro a la de su padre.Dijo éste al verlo llegar:

- Ya sabía que habías salvado a tu hermano, pues el lirio de oro se enderezó y vuelve a estar lozano.

Y, desde entonces, vivieron todos contentos y felices hasta el fin de sus días.


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