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Ñanco y el cuero
Language | Spanish |
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Origin | Chile |
Un pobre cacique para obtener dinero se vio obligado a dar la mano de su hija a un hombre riquísimo y horrible. La joven india sentía gran repulsion por el novio que era, además, tuerto.
-No importa, debes casarte -le ordenó el padre.
La muchacha, entonces decidió escaparse.
El cacique y el novio la buscaron, desesperados, durante semanas. Los indios de la tribu pensaban que debían abandonar las esperanzas, porque seguramente algún brujo se la había robado y nunca más la entregaría.
Una tarde, Ñanco -uno De los sobrinos del cacique, enternecido por tanto sufrimiento, dijo:
-Cacique, yo encontraré a tu hija, siempre que me prometas dármela como esposa.
-Aceptado, anda y tráela -respondió el padre.
Y el joven Ñanco partió hacia el bosque cercano. Allí estuvo durante larguísimo tiempo cortando quiscos. Una vez que reunio una gran cantidad, se fue hacia la laguna donde según un pájaro, fue vista por última vez la joven perdida.
De pronto vio lo que parecía estar buscando: un cuero grande como el de una vaca nadaba yendo y viniendo de un lado a otro.
El joven se lanzó sin pensarlo a la laguna, con su cuerpo envuelto en pedazos de quisco. El cuero hambriento arremetió sin fijarse en ello y cuando quiso matar al joven, con uno de sus terribles abrasos se clavó de tal modo que comenzó a dar saltos y alaridos en el agua. Ñanco, agilmente, se trepó en él como si se tratara de un caballo furioso y fue castigándolo, azotándolo con unas paletas de quisco. Pero el cuero no se rendía y encabritado por el dolor, se dírígio con desesperación hacia un gran tronco de árbol semihundido en el agua. “¡Qué extraño lo que está haciendo este cuero!” -pensó Ñanco.
Ñanco, sacó el lazo que llevaba al cinto y amarró con uno de sus extremos el tronco, atando la otra punta en la cola del animal, el que al escapar arrastró consigo el tronco, dejando a la vista la entrada de una inmensa cueva.
Ñanco se internaba en la oscuridad de la cueva cuando se le vino encima un ser muy raro: tenía una pierna pegada a la espalda y llevaba la cara vuelta hacia atrás. El indio le cogio la cabeza, retorciéndola con todas sus fuerzas. El monstruo, incapaz de soportarlo, cayó en el suelo rematado por un par de certeras cuchilladas.
Y Ñanco continuo caminando en el interior de la cueva; Repentinamente llegaron a sus oídos ruidos alarmantes.
Somos las prisioneras del cuero.
Ñanco tenía ante sí un grupo de bellas indias.
-El cuero nos raptó cuando estábamos en la laguna vendiéndonos a aquel hombre que tú acabas de matar.
-Pero si eres tú, bella prima. He venido por ti, para salvarte.
-Vuélvete, querido Ñanco, prefiero morir aquí antes de casarme con ese hombre tan rico como horrible. Y como la viera llorar, el apuesto indio le contó el acuerdo al que habían llegado con el cacique. Podrían casarse, siempre que pudiera llenarlo de plata.
-Déjenme ayudarles -dijo una de las jovenes.
La alegría de todos renació al ver que unas rocas giraban descubriendo una gran galería en cuyo interior se apilaban piedras de refulgente plata. -Espérenme -dijo Ñanco, tomando algunas de las piedras deslumbrantes-, voy a avisarle al cacique que ustedes están a salvo y es necesario traer un bote.
Las jóvenes recibieron felices al cacique que fue por ellas en el más grande de sus botes. La joven se dejaba acariciar por el padre, pensando en Ñanco, cuando el cacique dijo:
Tu novio para no horrorizarte, se ha puesto un ojo de plata.
-¿Qué dices, padre mío? -dijo ella apartándose.
-Que tu rico novio te mirará desde ahora con un ojo de carne y otro de plata. Ha dejado de ser tuerto.
La joven quiso lanzarse a las aguas y morir, al descubrir que su padre había traicionado la palabra empeñada ante Ñanco, pero lograron dominarla.
El rico, luciendo su ojo de plata, iba a casarse con la pobre niña, cuando de pronto surgió el audaz Ñanco:
-Es a mí a quien pertenece Yo la salvé, ¡apártate! Ambos rivales sacaron sus cuchillas confundiéndose en un remolino de mantas y estocadas. De pronto una cuchilla entró en el ojo de uno de los combatientes, haciendo saltar una bolita de plata. Rodó esta fuera del remolino y tras ella apareció corriendo el hombre rico y tuerto. Olvidándose de todo, de la joven y del dinero pagado por el matrimonio, siguió a la bola fugitiva que se fue rodando y rodando lejos. Hasta que se perdieron muy lejos.
-Sólo esto me faltaba para cumplir mi palabra -dijo Ñanco, tirando a los pies del asombrado cacique un puñado de piedras de plata-. Ahora cumple tú, tío.
La fiesta de matrimonio se hizo de inmediato, pero con el novio que podía poner dos ojos sanos y buenos sobre la hermosa muchacha: Ñanco.