Llegado ya el invierno riguroso
la cigarra (que el tiempo caluroso
del estío pasó sólo cantando),
se halló desproveída
de lo preciso a conservar la vida;
y al duro extremo su escasez llegando
de no tener de mosca o gusanillo,
ni aun siquiera el más leve pedacillo.
A casa de la hormiga,
su vecina y amiga,
fue a implorar para su hambre algún socorro,
y le rogó quisiese de su ahorro
algún grano prestarle
para su subsistencia
que juzgaba poder reintegrarle,
sin que mediase apremio ni violencia,
en la estación siguiente:
“Yo te ofrezco pagar puntualmente,
como soy animal -le dijo- antes
del agosto futuro,
el principal y el interés constantes”.
La hormiga (esto es seguro)
no gusta de prestar, y, el tal defecto
es en ella el menor. Conque, en efecto
preguntó a la cigarra: “¿Qué te hacías
en los tan largos y ardorosos días
de verano?”. “Cantaba,
a todo el que pasaba
sin excepción de hora”
“¿Cantabas? Está bien, pues baila ahora”.